EL ATAUD DE CARTAGENA (Leyenda Regional 5)
Pasados los meses fuertes del estío y, con la vuelta a la normalidad, retomamos en este blog historias y leyendas de la Región de Murcia para que no caigan en el olvido y sean conocidas por los posibles lectores que "Cajines y Albares" pudiera tener.
Retomamos las narraciones con un extraño suceso ocurrido en la ciudad de Cartagena a comienzos del pasado siglo XX. Concretamente sobre 1912
Para comenzar nos centraremos en que, en esos años, Cartagena vive inmersa en la conocida "era del Modernismo" del que Víctor Beltri es el gran arquitecto que cambió la fisonomía de la ciudad. Son años en los que se está construyendo "El Gran Hotel" y la "casa Llagostera"en pleno centro de Cartagena. Así mismo se inaugura el nuevo Club de Regatas, el anterior había sido destruido por un incendio y que llevó a cabo el arquitecto Spotorno y la Nueva Pescadería obra de Tomás Rico. En este panorama urbano, de profunda transformación, se desarrolló este extraño suceso.
En el año 1912, España, se mantenía neutral en el escenario, prebélico, que se estaba preparando en Europa y que terminó en la conocida Primera Guerra Mundial. Aquel importantísimo enfrentamiento bélico que comenzó en los Balcanes no afectó para nada a nuestro país porque en todo momento nos mantuvimos al margen de aquellos sangrientos enfrentamientos que cambiaron sustancialmente el mapa de Europa. Del 28 de julio de 1914 al 11 de noviembre de 1918 el mundo sufrió un verdadero caos. Pero volvamos a Cartagena.
En aquel año llegó a puerto a bordo de un mercante un ataúd vacío que fue desembarcado y pasó como era preceptivo por la aduana. Iba destinado a un señor cuyo nombre era extranjero. No figuraba direcciòn alguna y tuvo que dejarse en consigna hasta que apareciera el dueño y pagara, también, las tasas correspondientes. A los trabajadores portuarios y especialmente a los de aduanas les hacía poca gracia tener aquel ataúd en sus dependencias.
Pasaron más de cinco meses, con aquel objeto funerario en los almacenes portuarios, cuando fue reclamado desde La Coruña. El ataúd debería transportarse a la ciudad gallega. Y así lo hicieron. En un carro de mercancías, hoy diríamos una diligencia de transportes, siguió la ruta, según prensa de la época por Alhama de Murcia, Lorca, Vélez Blanco, Almería, Granada, Jaén, Toledo, Borox y Santillana del Mar hasta llegar, desde Cantabria, a su destino en la ciudad coruñesa.
Lo curioso de esta historia es que, el ataúd, no fue reclamado por nadie en la capital gallega y también, allí, estuvo durante varios meses en un almacén o agencia sin que ninguna persona se presentara para recogerlo.
Cuando transcurrió un tiempo prudencial aquel objeto fue devuelto al puerto de Cartagena. Al poco tiempo se presentó en los almacenes portuarios un ciudadano serbio que acreditó que el ataúd era suyo y que venía a hacerse cargo del envío. Entre los viajes y demoras había pasado más de un año desde que llegara al puerto cartagenero a bordo de aquel buque mercante y después de haber recorrido, en viaje de ida y vuelta, toda España.
El ciudadano serbio se llevó el ataúd a Alhama de Murcia donde el individuo se alojó en una casa de huéspedes rogando al dueño que aquel objeto se guardara en el desván de la casa mientras el estaba hospedado. Así se hizo hasta que un buen día desapareció del pueblo sin pagar, siquiera, la cuenta del hospedaje. El ataúd estuvo en aquel desván de la hospedería más de tres meses hasta que se hartaron de tenerlo y esperar sin que nadie lo reclamara o se lo llevara. Entonces el dueño de la casa de huéspedes lo puso en conocimiento del Ayuntamiento alhameño que tomó la decisión de trasladarlo al cementerio municipal y enterrarlo en una fosa común aunque estaba vacío.
Nunca se supo nada más de aquel extraño suceso y tampoco se conoce el paradero del ataúd.
Alberto Castillo Baños
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