EL ANGEL DE LOS POBRES
Conocí al “cura Pepe”,
José Tornel Martínez, en 1976 (ya ha llovido desde entonces) Un año antes tuve
la desgracia de perder a mi joven padre y con él perdí mi vida, mis sueños, mis
ilusiones y mi futuro. Apareció entonces en mi vida, para mitigar el dolor, una
persona maravillosa a la que nunca olvidaré y a la que quiero con toda mi alma:
Manuel Matos SJ. Sacerdote Jesuita
que ocupó, y era dificilísimo, el hueco que la prematura muerte de mi padre
había dejado en el escenario de mi existencia. Manolo Matos fue mi tabla de
salvación en aquellos momentos en los que andaba perdido y me mostró el
verdadero rostro del “Dios del Amor”. Jamás pagaré nunca lo que este hombre ha
significado en mi vida. Los kilómetros y sus cargos, altos cargos, desempeñados
en el interno de la Compañía de Jesús nos separaron pero cuando el corazón se
une por el amor jamás se puede romper ese lazo que se fortalece día a día.
He hecho esta
introducción para seguir con mi relato ya que, Manolo Matos, me llevó de su
mano al Secretariado Diocesano de Catequesis del que era Director y mi vida dio
un giro radical y determinante. Allí entré en contacto con sacerdotes de la
talla de Gaspar (en el Polígono de la Paz) o de Manuel (en Puente Tocinos)
Conocí personalmente a Paco Cuervo e incluso, en un rápido viaje, a Xirinach
que por aquellos días llevaba “locos” a las fuerzas y cuerpos de seguridad del
Estado realizando sentadas a las puertas de las cárceles españolas pidiendo la
amnistía para los presos políticos que, el franquismo, había encerrado entre
rejas. Días convulsos en la moderna historia de España con una derecha que,
muerto el General, se negaba a aceptar la realidad de los nuevos aires y de una
“naciente” democracia que intentaba
crecer con la amenaza de las pistolas y los atentados de los grupos
extremistas.
Aparecieron, aunque ya
existían en la clandestinidad, los llamados “curas obreros” que eran “mirados
por encima del hombro” por el rancio catolicismo que había introducido a Franco
bajo palio en las iglesias. Pero eran saludados y seguidos por los que
verdaderamente teníamos en el Evangelio, y la doctrina de Jesús de Nazaret, el
espejo donde mirarnos a diario. Jóvenes y menos jóvenes que, con inquietudes y
fe, queríamos cambiar aquel mundo rancio con olor a naftalina que mantenía,
incluso en el seno de la Iglesia, las diferencias entre las clases sociales.
Y con ese panorama, un
feliz día, conocí a José Tornel Martínez.
Era joven, bien parecido, con barba y pelo negro rizado. Sus ojos transmitían
confianza. Sus abrazos, siempre te abrazaba, daban “calor” y su cercanía
tranquilidad. Supimos que era del “Barrio de las Ranas” (El Progreso) Que
estuvo vinculado a los movimientos obreros de Santiago el Mayor, que había
estado de cura en Calasparra y que “era albañil”. Que no cobraba su sueldo de
sacerdote parroquial y que vivía del trabajo en el andamio.
Recuerdo que, en aquellos días Pepe, visitaba
el Secretariado Diocesano buscando libros de Helder Cámara (el llamado Obispo de las Favelas y también Obispo de
los pobres en Brasil) Leía así mismo libros de Teilhard de Chardin (Pierre Teilhard de Chardin S.J. fue un
religioso, paleontólogo y filósofo francés que aportó una muy personal y
original visión de la evolución humana) y todo cuanto caía en sus manos de la
que, ya entonces, llamaban “Teología de la liberación” Su sed de conocimiento
era insaciable y su compromiso con la Iglesia de los pobres más que patente.
Incluso me contaba, entre risas, que tuvo más de un problema con “los grises”
que, pese a estar ya en democracia, marcaban muy de cerca a estos curas a los
que, peyorativamente, llamaban “rojos”.
Que a nadie extrañe,
por otro lado, pues el propio Cardenal Enrique y Tarancón estaba amenazado de
muerte por la extrema derecha e incluso era insultado en las grandes ceremonias
de Estado. Un caos. Aquellos tiempos fueron un caos. Y para la Iglesia mucho
mas.
Pero “el cura Pepe”,
como ya comenzaban a llamarle, nadaba como nadie en aquellas aguas turbulentas.
El siempre al lado de los pobres, de los oprimidos, los perseguidos, los que
estaban sedientos de Justicia Social. Era un fiel seguidor del Evangelio del
“Nazareno” y a su doctrina se entregó en cuerpo y alma hasta el último día.
Se nos ha ido para
siempre tras una dura y penosa enfermedad que, a lo mejor, no merecía pero que
supo llevar con alegría y optimismo dando ánimos a los que pretendíamos
dárselos a él. Pero no tengo ninguna
duda, ninguna, porque tengo fe y creo en ese Dios del Amor que, el cura Pepe,
José Tornel Martínez, tiene desde ahora unas preciosas alas para surcar los
cielos y ser, porque así se lo habrán encargado, el Ángel de la guarda de los que nada tienen. Los pobres y los oprimidos.
Cura amigo, siempre
estarás en mi corazón por mucho tiempo que pase. Un fuerte abrazo de esos de
“oso” que me dabas siempre que me veías.
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