EL ULTIMO TREN
Vio venir, a lo lejos, la luz de aquel tren que rasgaba la oscuridad de la noche. Un ligero vientecillo se enredaba en los almendros cercanos a la vía. No paraba de pensar en lo que había sucedido horas antes. Era una amarga madrugada.
Había llegado a la ciudad después de treinta años de ausencia. Deambulando por las calles encontró aquel prostíbulo y sin pensarlo entró porque tenía sed y hacía muchísimo tiempo que no había estado con una mujer. En la cárcel no tuvo nunca contacto con ninguna. Pidió un gin tonic, las chicas estaban por el local y una cosa llevó a la otra.
Ella era joven y hermosa. Morena con unos preciosos ojos verdes y un cuerpo escultural. Subieron al piso de arriba y en aquella pequeña habitación sin mas preambulo hicieron el amor. Pero el estaba sediento de mujeres y no fue solo una hora como habían convenido previamente sino que estuvieron más de tres. Ella, con su juventud, se mostraba insaciable y se entregaba al placer con pasión y él con el largo tiempo transcurrido, sin acostarse con nadie, no quería otra cosa. Pese a la diferencia de edad no hubo reparo alguno y él estuvo a la altura de lo que la ocasión requería.
Cuando terminaron, cansados y sudorosos se pusieron a hablar del pasado. Ella le contó su vida y de cómo había salido de aquel pueblo, donde había nacido. Una vida triste y llena de penurias y estrecheces que la condujeron a la prostitución. Tras escucharla el se levantó de la cama. Se vistió, dejó sobre una mesita el dinero convenido y se marchó de aquel lugar sin más explicaciones.
Ahora tumbado sobre los raíles del tren, en mitad de la noche, esperaba la llegada de aquella luz que acabaría con su vida para siempre. No podía olvidarse de aquella chica del prostíbulo con la que había estado horas antes.
No podía olvidar que se había acostado con su hija.
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