LAS CARAS TRISTES DE LOS NIÑOS
A
finales de los sesenta, cuando volvía del colegio, siempre pasaba por
delante de un comedor inmenso donde largas colas de niños, pelados al cero,
esperaban la apertura de puertas para entrar a comer. Recuerdo, no sin cierta
nostalgia, que le preguntaba a mi madre o a mi abuela ¿Quiénes son esos niños? Y mi abuela me
decía: “Niños pobres que no tienen papá y
mamá como tú y las monjitas les dan de comer. Tú tienes que dar muchas gracias
a Dios por no tener que venir a comer ahí..” Y aquel niño del parvulario, que era yo, se
quedaba tan feliz con la explicación.
Veía,
eso sí, que eran niños tristes. Con la mirada baja. No jugaban y corrían como
los de mi Colegio. No saltaban ni jugaban a la pelota. Estaban muy serios en
una larga fila a las puertas de aquella casa de amplias puertas de cristal.
Todos vestían un guardapolvo, o babi, de rayas grises y azules.
Esperaban
que las monjas, con unas impresionantes “tocas” blancas que parecían alas a
ambos lados de la cabeza, salieran a contarlos en las filas y les permitieran definitivamente
entrar allí donde, como pude ver alguna vez mirando por los cristales, tenían los
mismos cuadros que había en mi clase: Una foto de Franco que era nuestro
Caudillo victorioso y otra de un señor que se llamaba José Antonio al que, según
nos decían, mataron “los rojos” por ser católico y amante de Jesucristo. Ese
mismo Cristo que, en medio de ambas fotos, colgaba de una cruz de madera. Todo
sobre un entarimado donde se sentaban tres monjas y que, en un lado, tenía la
bandera de España con el Águila invicta de San Juan (tal como me habían explicado
en mi colegio)
Aquellos
niños fueron los niños del hambre y de la guerra. Los niños de la calle. Aquellas víctimas inocentes, como siempre son
los niños, de una barbarie que jamás debe repetirse, y que aguardaban en largas
colas para poder llevar a su boca un plato caliente, un chusco de pan y, con
suerte, un plátano, una manzana o una naranja. Así un día tras otro y muchos mas…. ¿Qué será
hoy de todos aquellos niños que pasaron su infancia y adolescencia en una larga
cola esperando, en el plato abollado de hoja de lata, un caldo espeso y
negruzco y un chusco de pan?
Han
pasado los años…. Pero los comedores sociales han proliferado por todos los
barrios, pueblos y ciudades de España. Ya no hay monjas de grandes tocas. No
está, por fortuna, el cuadro con Franco y José Antonio. No se cantan “Montañas
nevadas” en las colas de espera. No se recuerda y tararea aquel “Isabel y
Fernando el espíritu impera y moriremos besando la sagrada bandera”…. Ni por
supuesto, antes de comer, brazo en alto, no se canta el “Cara al Sol” ni se dan
“vivas” a Cristo Rey…. No. Hoy no. Afortunadamente.
Pero
ahí están las largas colas de caras tristes y ropas viejas. De rostros sin
nombre. De hombres, mujeres y niños que esperan día sí y día también que
cualquier ONG o institución religiosa les dé un plato de comida. Horas enteras
bajo el frio, la lluvia o el tórrido sol de verano esperando ser los primeros
para poder entrar al comedor y así asegurarse el plato caliente, el panecillo,
el vaso de agua y la pieza de fruta.
Hoy,
12 de Junio, leo que es el día para luchar contra la explotación infantil. Por
los derechos del niño. Para erradicar la esclavitud a que se ven sometidos en
muchos países del mundo como mano de obra barata e incluso “carne de cañón o
trinchera”… En España, también leo, un veinte por ciento de niños está
malnutrido dada la precariedad de la economía familiar a la que pertenecen. Que no tienen para
comer. Que se han retirado miles de becas de “comedor” que era el único sustento
que tenían en el colegio. Leo, también, que incluso ayuntamientos se han hecho
cargo de esos pagos y evitan, en lo posible, que con la llegada del verano y
las vacaciones, los niños, se queden sin comer en sus colegios y han pagado
para que ese servicio se mantenga.
Escucho
de Caritas que, cada día, es mayor el número de niños que acuden a los
comedores sociales lo que les ha “obligado” a preparar menús especiales para el
completo desarrollo de estas criaturas. Me entero, en fin, que los hoteles de
Canarias, en una iniciativa digna del mayor de los elogios, se han puesto de
acuerdo para preparar todos los días cuarenta menús, del buffet que sirven a
los turistas, para llevarlos a Caritas y ayudar, también ellos, a que puedan
comer niños y adultos al menos una comida al día en condiciones.
No.
Ya no tenemos monjas de grandes tocas. Ni se canta el “Cara al Sol”
(afortunadamente) Ni las señoras de la Sección Femenina tienen abierto el
ropero. Ni están los cuadros de Franco con su capa de armiño y de José Antonio
Primo de Rivera con su eterna camisa azul mahón, que siempre era negra en la
foto. Ni la bandera sirve de lecho al águila invicta de san Juan….. ni yo voy
al colegio de la mano de mi abuela o mi madre.
Pero
las colas del hambre son cada día más grandes en nuestros barrios, pueblos y
ciudades. Y las caras de los niños, víctimas inocentes siempre, son igual de
tristes que aquellas otras de hace cincuenta años aunque, como es el caso, hoy
no vayan “pelados al cero”.
Alberto
Castillo Baños
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