SANSON
A mi amigo Juande que me ha animado, esta mañana, a escribir una nueva historia.
Tengo que reconocer que, de nuevo, he vuelto a escapar de este mundo que me asfixia y de esta sociedad que no deja de husmear en mi vida y mis asuntos para buscar, en la soledad, la mejor compañía que en estos momentos necesito.
Hay un lugar, en el viejo cauce del Segura y muy cerca de la ciudad que es otro de mis rincones preferidos porque allí, en plena naturaleza, entre cañas y viejos arboles la quietud de las aguas, el silencio y la ausencia de vida hacen que me reencuentre a mi mismo y pueda sentir la paz que tanto necesita mi espíritu.
Cogí el Ipod con mi música preferida y un libro, desenterrado de mi época de estudiante, y busqué en aquel rincón la tranquilidad para mi alma atormentada.
La "Meditación de Thais" de Massenet y la "Sonata nº 6" de Paganini fueron las partituras elegidas para ese viaje hacia la soledad.
He vuelto a la lectura de Jacques Maritain, el extraordinario filósofo francés, padre de la "Democracia Cristiana" pues en sus escritos, en sus páginas, encuentro muchas claves de lo que tenía que ser hoy la misión de cualquier gobierno pero que, por desgracia, no lo es. Estos días en vísperas de unos comicios, la lectura de Maritain, hace que piense mucho mas todavía en el comportamiento de nuestra clase política, tanto me da el gobierno como la oposición, alejados por completo de las verdaderas necesidades de los ciudadanos y preocupados, únicamente, en servirse ellos antes que servir a los demás.
Las horas transcurrían lentamente y solo el discurrir cansino del agua, el vientecillo de la tarde que mecía las copas de los viejos arboles y el silencio que lo envolvía todo convertían aquel tranquilo rincón en un espacio único para aislarse del agobio del mundo circundante.
No se el tiempo que había transcurrido, pues allí no miro jamás el reloj, cuando se fue aproximando salido de la nada. De alzada mediana, pelo marrón oscuro, raza indeterminada, hocico negro y unos ojos oscuros y profundos, llenos de vida, que me miraban con descaro. Se fue acercando tranquilamente meneando su rabo hasta llegar a mi. Se vino hasta donde yo estaba y llamaba mi atención de mil maneras. Como no le hice el menor caso optó por sentarse sobre los cuartos traseros, muy cerca de mi, pero sin aproximarse del todo y mirándome fijamente no dejaba de emitir pequeños sonidos para que notara su presencia pues, yo, seguía absorto en mi música y mi lectura.
Transcurrido un tiempo prudencial, imagino, se levantó y se puso a dar vueltas a mi alrededor. Buscaba esa caricia que todos, en alguna ocasión, necesitamos. Su empeño era total pero no encontraba la atención que requería lo que le "obligaba" a seguir insistiendo de mil formas y maneras.
Por fin me dio lastima y alargue mi mano para acariciarle. Entonces se acercó sin temor y expresó su agradecimiento poniendo sus patas delanteras sobre mis muslos, envueltos en la tela de los vaqueros, a la misma vez que su lengua, hasta ahora en el interior de la boca, salía ansiosa para acariciarme la cara. Cosa que, lógicamente, rehuí por higiene.
Dejé el libro de Maritain, me quité los auriculares del Ipod y me centré en su presencia acariciando su lomo, su cara y su cuerpo tan ansioso de cariño.
Tras un rato de juegos se echó a mi lado. Dejó de emitir sonido alguno y mirándome fijamente me dijo: Te quiero contar una historia.
Lejos de asustarme le miré, sin dar crédito a los que estaba escuchando, y le pregunté abiertamente si es que los perros saben hablar. Muy serio y sin apenas menear un músculo me respondió afirmativamente y me invitó a que guardara silencio y le dejara expresarse.
"Me llamo Sansón, o así me pusieron cuando vine al mundo hace ya muchos años. Mi historia te puede interesar y por eso he venido a contártela. Llevo viéndote por este lugar muchas veces pero nunca me he atrevido a molestarte. Hoy creo que es un día especial para hacerlo pues creo, además, que necesitas respuestas, aunque yo no pueda dártelas, pero a lo mejor con esta historia que te cuento encuentras la paz que tanto andas buscando.
He estado en la misma finca muchos, muchos años. Tantos que le he dedicado mi vida por completo. He sido fiel hasta el último día y jamás se ha escuchado de mi boca un ladrido mas alto que otro. He desempeñado mil oficios y he defendido la casa hasta límites insospechados. Fiel a mis amos he ladrado cuando tenía que hacerlo. He callado en los momentos que me han dicho que lo hiciera y he guardado el territorio defendiéndolo con mi vida si hubiera sido menester.
Me he visto en situaciones muy complicadas pero siempre salía airoso de ellas. Si tenía que defender el rebaño lo hacía. Si me ponían en el corral para que los zorros no acudieran en las frías noches del invierno allí que montaba yo mi guardia.
Si el amo se iba y me dejaba al cuidado de todo no tenía empacho alguno en trabajar para que el ganado volviera al aprisco o las puertas quedaran cerradas protegiendo el interior de la casa. No he descansado jamás en todos estos años. No he tenido "días libres" pues, incluso, en aquellos que se me permitía estar tumbado al sol en la era, mi carácter y mi entrega, me hacían estar alerta en cada momento y terminaba vigilando la casa como si de una jornada normal se tratara. Nunca podrán decir de mí que no cumplía con mi deber de perro trabajador y entregado. Dirán lo que quieran pero, de eso, no se me puede acusar en todos estos años que han transcurrido fiel y servicial con mis amos y mi casa.
Pero un mal día, cuando la primavera estallaba en plenitud de vida nueva, se presentaron en la finca para decirme que me fuera. Que mi vida allí se había acabado. Que no tenía nada que hacer. Nadie, a día de hoy, me ha dado explicaciones de esa forma de echarme a la calle. Nadie me ha contado a que obedece semejante actitud. No han tenido en cuenta mis esfuerzos o entrega a la casa sino que, simplemente, me han largado y me han echado a la calle donde, por desgracia, otros perros como yo buscan el sustento en aceras y portales.
Somos muchos, demasiados, para una sociedad como esta que tanto persigue el llamado estado del bienestar y que arroja, sin miramiento alguno, a muchos perros a la calle dejando indefensos a rebaños y ganados.
Ni una explicación. Ni una palabra de ánimo o cariño. Ni una muestra siquiera de agradecimiento a tu entrega y tu trabajo. Se acabó "puto perro" vete a buscar huesos por ahí afuera que seguro los encontraras por las basuras.
Amigo mío, no te calientes la cabeza, esta sociedad nuestra es así y palabras como "honestidad, humanidad, amistad u honor no tienen cabida en el lenguaje que los hombres hablan hoy y por eso, no te extrañe, que los perros hablemos el lenguaje que los hombres jamás podrán entender.
Noté en mi pierna un débil roce. A mi alrededor todo era quietud y silencio. El libro de Maritain sobre mis muslos, abierto, de cualquier manera. Un auricular dentro de la oreja y el otro caído sobre mi hombro. Seguía sonando Paganini. La noche se asomaba entre las copas de los árboles. Solícito, un hombre, me preguntaba si me ocurría algo. Me dijo que estaba un rato pescando muy cerca de allí y que había notado que no me movía. Se había asustado y por eso se acercó, y con suavidad, me dio unos golpecitos en mi pierna.
Le dí las gracias por despertarme, pues no se cuanto tiempo mas hubiera estado junto al cauce del Segura, y le pregunté por el perro. Me contestó muy serio que llevaba allí mas de tres horas y que no había visto ninguno.
Le sonreí de la mejor manera que pude y me incorporé para volver a la civilización.
Todo había sido un sueño. ¿o quizá no?
Al recoger del suelo el libro, la vista, se me fue directamente a un párrafo del pensamiento del filósofo francés:
"El Estado no tiene otro fin que asegurar el bien común. Este es distinto de la suma de los intereses particulares. El deber del Estado es la justicia. El poder político se legitima si está al servicio del hombre y nunca cuando se sirven ellos mismos de ese poder que el pueblo les ha legitimado para desempeñar.............."
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